lunes, 29 de octubre de 2007

La heredera de Lorny




- Cierra la puerta y pasa.


María entró en aquella casa en la que hacía años que no ponía un pie. Allí vivía su madre, o lo que quedaba de ella, una sombra etérea de lo que había sido la gran duquesa de Lorny. El gran salón estaba iluminado por unos viejos candelabros de oro sucio y sobre la mesa brillaban por su ausencia las suntuosas comidas que solía ofrecer su madre a sus invitados por aquellas fechas. Ahora tan solo había un plato con, si no se equivocaba, una especie de coliflor hervida y unas judías que podían contarse desde la distancia. Se notaba que el servicio había abandonado a su Señora y que ya nadie cocinaba ni limpiaba, pues el polvo se amontonaba sobre los muebles como las hojas en otoño lo hacían en los parques de la ciudad.Emilia de Lorny la esperaba al fondo de la sala, sentada en una vieja mecedora y ataviada con una bata de seda desgastada. Tenía el cabello recogido en un pequeño moño y su rostro, siempre maquillado, mostraba ahora todos los signos de la vejez. Sus ojos cansados se alzaron hacia su hija y empezó:


- Gracias por venir. Tengo algo que darte.
- Date prisa, no tengo todo el tiempo del mundo, como tú.
- No seas impaciente y siéntate.
- Ya te he dicho que no tengo tiempo. Además, hace tiempo que no se de ti, ¿qué quieres?


Emilia sacó de debajo de su asiento una caja de madera, a primera vista cerrada y recubierta de polvo al igual que toda la mansión. María creía haber visto aquella caja durante su niñez, presidiendo el salón sobre la repisa de la chimenea, sabía que había intentado abrirla sin resultado alguno hasta que con la llegada de la adolescencia, había desistido después de dejar de creer que contenía algo especial. Ahora parecía que su madre le daba un significado a aquel viejo recuerdo.


- ¿Qué es eso?- preguntó María.
- ¿No la recuerdas? Solías jugar con ella de pequeña- le recordó- inventando historias sobre lo qué podría guardar en su interior.
- No, no lo recuerdo- mintió.


Aunque hacía años que no se veían las caras, la Duquesa conocía perfectamente a su hija y sabía que mentía, al igual que sabía que jamás recibiría el perdón por su parte, un perdón que le había reclamado durante mucho tiempo durante el principio de su distanciamiento. Nunca le perdonaría que hubiese engañado a su padre, que lo hubiese abandonado para marcharse quién sabía dónde y había hecho que el patriarca de la familia muriese de un infarto cuando María tenía solamente quince años.


- Tengo que contarte algo, la verdad.
- No quiero saber nada- contestó María con brusquedad- Después de tanto tiempo, ¿pretendes que escuche la historia de tu fuga?
- Nunca me fugué-intentó defenderse Emilia- tuve que huir.
- ¿Huir de qué?-intentó averiguar la joven.


Nunca recibió respuesta a aquella pregunta. De repente, la cajá cayó de las manos de la Duquesa y seguidamente se desplomó en el suelo. María se quedó atónita, incapaz de creerse lo que estaba sucediendo ante sus ojos. Levantó la vista y vio la realidad: sobre el marco de la ventana se perfilaba una figura indescriptible. De formas finas y cabellos largos el cuerpo avanzó hacia ella. Aquel momento le pareció eterno. Aquella figura se plantó frente a ella y se le quedó mirando fijamente con aquellos grandes ojos verdes. María no era capaz de articular palabra, y le parecía imposible mover cualquier músculo de su cuerpo.


- ¿No me reconoces?- continuó la sombra.

La joven seguía sin poder decir nada.


- Soy yo, tu madre, o lo que queda de ella. Aquí tienes tu explicación.

La boca de María se abrió de par en par y fue entonces cuando la reconoció en aquella mirada pues, aquello era tan solo una sombra que ni siquiera se reflejaba en el espejo que había detrás de ellas.



- Esto era lo que quería contarte…
- No…no entiendo nada- balbuceó María.
- No hay nada que entender-explicó la duquesa- Nunca he sido una humana como tu padre, como todos los que han pasado por aquí durante tanto tiempo.
- Pero cómo…
- En esa caja se esconde lo que me ha mantenido durante tanto tiempo en este cuerpo mortal, ahora ese cuerpo se ha quedado viejo y debo buscar otro.
- Y, ¿para qué me necesitas?


Ambas se quedaron mirando, y entonces María pareció comprender. Notó como su cuerpo se debilitaba, como sus ojos se cansaban y lo vio todo negro. No sintió como aquella sombre se introducía en su organismo, ni siquiera el dolor que producía el corazón al bombear de nuevo.


****
La mansión de los Lorny había permanecido cerrada desde el fallecimiento del Duque. Ahora, treinta años más tarde parecía que aquel caserón muerto volvía de nuevo a la vida. Se decía que la hija de los duques había conseguido hacerse con la riqueza familiar tras encontrar muerto el cuerpo de Emilia Lorny en el jardín de la casa. La heredera de los Lorny parecía querer recuperar todo lo que sus antepasados habían perdido. Nunca nadie supo explicar su reaparición, ni siquiera cómo había conseguido reformar lo que se encontraba en ruinas. Desde la balconada de la gran casa, un rostro joven pero sombrío observaba sus alrededores. Algo brillante pendía de su cuello.

jueves, 23 de agosto de 2007

Cuestión familiar


La habitación estaba oscura. No sabía cómo había conseguido encontrarla pero aun así, lo había hecho. Sacó un mechero de su bolsillo y lo enchufó, iluminando así un pequeño radio a su alrededor, y avanzó entre las penumbras. Pronto se topó con lo que buscaba. Bajó la luz del mechero y allí lo encontró: el cuerpo inherte de su prima Chloé. Se arrodilló ante él e intentó reanimarla con todas sus fuerzas, pero nada tuvo éxito. Tenía la certeza de que si permanecía allí mucho tiempo más acabarían pillándola a ella también así que agitó de nuevo el cuerpo de la joven y esta vez pareció que surgió efecto. Con gran esfuerzo fue abriendo los ojos poco a poco y cuando iba a emitir un grito, Evelyn le cubrió apresuradamente la boca.


- Soy yo- susurró atemorizada- tenemos que salir de aquí.


Ayudándose de Evelyn, Chloé consiguió levantarse del suelo y, seguidamente iniciaron la marcha hacia la puerta que se encontraba en la otra parte de la habitación. Cerraron la puerta cautelosamente tras ellas y se dirigieron hacia las escaleras que les llevarían directas a la salida pero, cuando estaban por el primer escalón escuharon ruídos que provenían del piso inferior y pararon en seco. Sabían que por allí no podrían escapar.
No muy lejos de allí, todo un pueblo se movilizaba por encontrar a las dos jóvenes desaparecidas una semana atrás. Familiares y amigos pedían desconsoladamente la vuelta a casa de las chicas por todos los medios de comunicación.
Con una sonrisa siniestra en sus labios apagó el televisor por el cual no paraban de hablar del secuestro que él mismo había efectuado. Todo el mundo lo buscaba, y aunque nadie supiera quien era, por fin todos estaban pendientes de él. Salió de la casa y se dirigió hacía el vehículo que había allí enfrente, no sin antes asegurarse de que la casa quedaba bien sellada.
Aquella misma noche, por uno de los canales más vistos de todo el país, retransmitieron un programa especial con entrevistas a las personas allegadas de las jóvenes. En él se pudo ver el sufrimiento de todos ellos, pero sobre todo el del hermano mayor de una de las chicas, que tuvo que recibir asistencia a mitad de la entrevista porque sufrió un ataque de nervios.
Mientras, las chicas al escuchar la puerta, habían bajado a la otra planta en busca de cualquier salida posible. En lugar de ello, encontraron una pistola. Desesperadas, las jóvenes subieron de nuevo al piso superior y allí, se escondieron a la espera de que su captor volviese de su excursión. No tardaron en escuchar de nuevo la puerta y éste, no tardó en acudir a ver a sus víctimas. Cada una de las jóvenes, sumida por el pánico había vuelto a sus habitaciones.
Evelyn se encontraba recogida en la esquina más alejada de la puerta, que se abrió lentamente. El captor nunca hablaba con ellas, se limitaba a dejarles la comida y marcharse. Pero aquella noche fue diferente.
- Acercate...
La chica permaneció en su rincón. Inmovil.
- ¡Qué te acerques he dicho! - Gritó la voz masculina.
Temblando Evelyn se acercó a través de la oscuridad hací aquel hombre. Éste la cogió con fuerza por los brazos y comenzó a respirar muy cerca de ella, hacíendole sentir un temor que jamás había sentido. Sus piernas empezaron a desfallecer, no tení fuerzas ni para gritar. Pero entonces, chilló, presa del pánico. El desconocido empezó a ordenarle que se callara, pero la joven no lo escuchaba. La cogió de los pelos y la tiró al suelo con fuerza, y la arrastró hacia fuera. Se la llevó arrastras hasta las escaleras donde siguió tirada por el cabelló, bajando uno a uno los escalones, sin parar de gritar de dolor.
En aquel momento se escuchó un tiró seco. Evelyn quedó tendida en mitad de las escaleras y aunque no lo pudo ver escuchó como el cuerpo de aquel hombre caía rodando hacia bajo.
Chloé acudió en su ayuda y la levantó del suelo. Parte del cabello había sido arrancado y tenía moratones y sangre por la cara. Lentamente bajaron las escaleras y pudieron ver allí tendido el cuerpo del secuestrador.
- No te acerques - le pidió Evelyn a Chloé.
Aún así esta parecía no escucharle y levantó la cabeza del desconocido. Súbitamente la soltó y cayó en el suelo, temblando y llorando. Al otro lado de la habitación, Evelyn permanecía quieta, sin entender que pasaba, deseando salir de allí.
Momentos después, la policía se encontraba en la casa así como el forense y diversos especialistas. Los familiares de las jovenes no tardaron en llegar y en encontrarse a sus hijas siendo atendidas por los servicios de urgencias, sumidas en estado de shock.
- ¿Son ustedes los padres de las chicas? - pregunto una policía.
- Sí - respondió el padre de Chloé.
- ¿Pueden acompañarme?
- Pero queremos estar con nuestras hijas...- contestó la madre de Chloé, con una mezcla de esperanza y temor en sus palabras.
- Acompañenme a ver al secuestrador de sus hijas.
Los padres de las chicas cruzaron miradas. La madre de Evelyn se abrazó a su hermana y le cogió la mano a su marido. Allí, tendido en el suelo, cubierto, se encontraba la persona que había sido capaz de arrebatarles a sus hijas de sus vidas. El forense que se encontraba al lado del cuerpo levantó la sábana que lo cubría. La madre de Chloé cayó al suelo y su padre se quedó petrificado.
- ¿Es su hijo? - preguntó el forense.
Nadie supo que responder.

lunes, 11 de junio de 2007

APAGÓN

Se escuchó un golpe seco. Bajaron las escaleras a la velocidad de la luz y en un momento todos los vecinos se congregaron en el portal. Nadie sabía con exactitud lo que había pasado y las caras de desconcierto eran evidentes.
La presidenta de la comunidad tomó la palabra. Era una muchacha joven, de poca conversación y que solía solucionar las cosas rapidamente, sin muchas tonterias:

- Vamos a ver...-empezó- Por favor, silencio...

Todos hablaban sin parar y de nuevo la presidenta:

- ¡¡Silencio!!- chilló esta vez.

Callaron. Con seriedad volvieron sus rostros hacia donde ella estaba. Y de nuevo todos a la vez empezaron a pedirle explicaciones.
La joven se puso nerviosa, ella no tenía la culpa de nada y los vecinos siempre se las arreglaban para culparla de todo lo que sucedía en el edificio. Los miró a todos con una rabia mal disimulada y salió de allí, no lo aguantaba más. Hubiera cambiado aquel ático en el centro de Valencia sólo por el odio que le tenia a sus vecinos.
Todos los que allí se habían reunido se quedaron mirándola sorprendidos y empezaron a gritarle de nuevo, esta vez, exigiéndole saber a dónde iba.
Amanda se encerró en su casa aunque sabía que no iba a estar tranquila. Unos segundos más tarde aporreaban su puerta y llamaban al timbre.
Ella sabía que era su responsabilidad llamar al técnico electricista que tenían asegurado las 24 horas del día, sabía que, si ella no hacía nada, no sólo aquellos que estaban apunto de echar la puerta abajo iban a estar sin luz, ella también, pues los plomos que se había quemado eran los generales para toda la comunidad. No le importaba. Mientras aquellos seguían gritando desde el rellano, ella se fue a su habitación, se puso los cascos y se fumó la marihuana que su amigo Óscar le había vendido aquella mañana. Minutos más tarde roncaba sobre su cama.

jueves, 7 de junio de 2007

TRAS DE MI

Aquella mañana el despertador sonó más tarde de lo habitual y tuve que darme mucha prisa en vestirme y desayunar para poder coger el metro a tiempo, pues aunque faltaban 15 minutos para que saliese, quería llegar a la estación con un poco de tranquilidad para no tener que vomitar el rápido desayuno que había tomado.
Cerré la puerta y me dispuse a partir, y aunque yo no lo vi, ya estaba allí. No se si me esperaba a mí, o realmente no era yo a quien pretendía observar, el caso es que me eligió.

Me puse los cascos del mp3 e inicié mi marcha. Sentía que alguien seguía mis pasos, alguien más pequeño que yo pero que tenía controlados cada uno de mis movimientos o eso era lo que yo noté. Tal vez soy un poco paranoico así que para no dejar a la duda que invadiera mi mente, cada cinco segundos solía echar la vista atrás y ninguna de las veces que lo hice logré ver a nadie, aún así, me sentía observado, perseguido, intimidado...

Giré la esquina con el deseo de que aquel sentimiento desapareciese de mi interior. Estaba claro que nadie iba a secuestrarme a plena luz del día, aunque quién sabe realmente lo que puede suceder. Y una y otra vez volvía a mirar atrás, y nada...empecé a sentirme angustiado. Posiblemente todo aquello era fruto de mi imaginación por haber pasado la noche en vela, estudiando para el examen que iba a realizar esa mañana, si nadie se me llevaba antes...

Por fin llegué a la estación. Eché un último vistazo y de nuevo no vi a nadie. No vi a nadie o si vi a alguien. Conseguí ver a aquel ser que se había pasado todo el camino persiguiéndome: el perro de la quiosquera, al que solía darle comida algunos días y que aquella mañana había decidido escaparse de su dueña.

Quizás soy un poco exagerado, tal vez un rato neurótico, pero con sinceridad, aquella mañana vi violada mi intimidad, perseguido durante todo el camino por un perrito negro que no dejó de observarme ni un minuto, a la espera de que le diera algo de comer o le hiciera alguna carntoña.

lunes, 21 de mayo de 2007

El banco de la estación


Cada mañana lo veía sentado en el mismo banco de la estación.
Día tras día, semana tras semana, allí seguía, mirando con interés a cada persona que pasaba, perdiéndose de vez en cuando entre las multitudes que a horas puntas se agolpaban en los andenes, quizás recordando con añoranza tiempos pasados.

Yo solía coger el tren de las 8:15 de la mañana para poder llegar un poco antes a la universidad y desayunar en la cafetería uno de esos cruasanes recién hechos que con tanta amabilidad te servían las camareras. A aquellas horas, el señor de la barba, como yo solía llamarle, ya estaba allí sentado, y cuando volvía, fuese la hora que fuese puesto que cada día tenía un horario diferente, seguía allí, como si no se hubiese movido, como si formase parte de la infraestructura de la estación, una estatua de cobre más como las que allí habían y eran ahora cobijo de palomas.

Pasaron los meses y cada vez me intrigaba más conocer su historia, saber porqué pasaba cada día en aquel banco. Hubo un tiempo en el que imaginé que tal vez, hacía años, alguna persona muy especial para él se había marchado en uno de aquellos trenes de vapor que ahora quedaban solo en museos y en las mentes de aquellos que todavía hoy, viven anclados en el pasado. Tal vez fuese el caso de aquel señor y aquella persona que tanto quería no había vuelto, nunca más había recibido ninguna noticia y ya no le quedaba nada para lo que vivir. También me pregunté si no tenía hijos o esposa, era posible que no tuviese a nadie, y fue en aquel momento cuando sentí una gran pena por aquel hombre de barba blanca y rostro arrugado. Fue en aquel momento cuando decidí que debía conocerle, acercarme a él, saludarle y preguntarle.

Pero a la mañana siguiente, en aquel banco no había nadie, estaba vacío, como tantos otros a aquellas horas de la mañana, sólo una paloma ocupaba su lugar. Me quedé largo rato pensando, mirando hacia todos los puntos de la estación por si había decidido cambiar de lugar, pero no, no estaba. Los días siguientes seguía mirando al banco y el señor, aquel anciano que no conocía de nada pero que ya formaba parte de mi vida, no estaba. Y entristecí, y me lamenté por no haberme decidido antes a conocer a aquella alma solitaria. Y fui a sentarme en aquel banco y permanecí allí el resto de la mañana, viendo llegar trenes, marcharse otros, viendo pasar gentes de todos los colores y estilos y de repente, sonreí. Quizás en alguno de aquellos vagones que venían cargados de gentes, había venido la persona a la que aquel hombre esperaba y se habían marchado juntos. O tal vez había recibido alguna noticia que hiciese que esperar ya no valiera la pena. Y me marché de allí.

Ahora, cada mañana miro al banco y sonrío con añoranza, recordando el rostro arrugado de aquel viejecito que pasaba los día sentado en el banco de la estación
.


* Imagen: Óleo realizado por Esther García, estudiante de Bellas Artes en la UPV y amiga mía.

martes, 8 de mayo de 2007

Tarde en el Retiro




La joven se sentó en en uno de los muchísimos bancos del Retiro después de haber patinado durante un largo rato. Estaba cansada, pero no lo suficiente como para marcharse a casa.

Cada tarde y desde hacía casi tres años, salía a patinar por el corazón verde de Madrid, era un espacio grande en el que Sandra aprovechaba para dejar libres sus pensamientos y disfrutar de un aire renovador.

Era una joven muy especial. Le gustaba sentirse especial, como a todos nos gusta sentirnos en alguna ocasión, pero ella lo era realmente, lo era porque así lo creía y cuando nos sentimos seguros de lo que hacemos y de lo que somos, tenemos un gran poder en nuestras manos.


Después de ver pasar a gente de toda clase y observarlos con minuciosa precisión, se levantó y reanudó su marcha, derecha hacia su casa.
Pero de repente algo sucedió. Fue todo muy rápido y cuando quiso reaccionar se encontraba tirada en el suelo.

“Qué daño…” pensó la joven “seré patosa…”

Absorta en sus lamentaciones, no se dio cuenta de que desde arriba alguien le preguntaba si estaba bien, hasta que éste repitió la pregunta con más fuerza y, ruborizada, Sandra miró al chico que le sonreía. Intentó levantarse, aunque se tambaleó y volvió a caer al suelo. El joven rió de nuevo y le tendió la mano, ella avergonzada accedió y se puso de pie.

- ¿Estás bien?- preguntó el chico.
- Si, gracias – sonrió ella.
- Es que te he visto caer y…- soltó una carcajada- lo siento. Es que te he visto caer y digo “Ostras! Se habrá hecho daño”

Sandra tenía unos pequeños rasguños en las rodillas y se había roto un poco aquella preciosa falda de hilo color hueso, además de llenársela de tierra, pero realmente, nada grave. Sonrió de nuevo.

- Me llamo Oscar.
- Soy Sandra, muchas gracias.

Y le plantó dos besos. En esta ocasión fue él el que se ruborizó de arriba abajo, haciendo que sus mejillas se asimilaran casi por completo a dos tomates. Oscar era un chico alto, de piel morena y cabellos oscuros, vivía cerca del Retiro y solía pasar allí las tardes paseando, leyendo o simplemente viendo a la gente pasar y en aquella ocasión, sus ojos habían recaído sobre Sandra, la chica patosa que había tropezado sobre sus pies y había caído de bruces a pocos metros de él.
Los dos se quedaron mirando un momento, pero gacharon rápidamente sus cabezas y rieron a la vez.
Oscar se puso en pie y ella le miró a contraluz:

- Te invito a un helado – y le tendió amablemente su mano.

Detrás de ellos, un mimo que había estado todo el rato imitándoles sin que ellos se dieran ni cuenta, silbaba de alegría. Ellos se percataron se su presencia y lo miraron divertidos
.


* Imagen: "Sandra Space" Autor: Alex (Nosval)

miércoles, 11 de abril de 2007

Descifrando el mensaje


No hacía calor aquel día 7 de agosto. Marina paseaba por la playa con un jersey fino tirado por encima de los hombros.
El agua fria del mar bañaba sus pies haciéndole sentir escalofrios y la brisa fresca hacía serpentear sus cabellos. Pese al día tan raro que hacía, se sintió feliz de haberse decidido a afrontar aquella tarde de verano y haber salido de su casa aunque su cuerpo hubiese preferido sentarse frente al televisor.
Iba ella despistada cuando sus pies encontraron un obstáculo a su paso y se dió un pequeño golpe en el dedo gordo del pie. Agachó su cabeza pensando que se iba a encontrar con una piedra tosca y fea, y vio con asombro que se había topado con una preciosa botella de vidrio oscuro. Le encantaban esoso objetos raros. Objetos que parecían venidos de otro tiempo, de un mundo distinto al que ella conocía y que solía coleccionar. Su casa estaba llena de velas, cajas de madera que escondían para ella pequeños tesoros, haditas y duendes de porcelana...
La cogió e intrigada, la levantó al trasluz para que el pequeño sol que brillaba aquel día en el cielo, le mostrase lo que guardaba en su interior.
" Algunas algas y plantas de mar " pensó con desinterés. Pues, aunque era una chica muy soñadora y desde pequeña le habían entusiasmado las historias de aventuras en las que los elegidos viajaban por todo el mundo en busca del tesoro perdido, no esperaba encontrarse ningún mapa allí dentro que la hiciera romper con la monotonía de su vida y la iniciase en un viaje sin fin. No; ella seguiría dando clases de pintura en la escuela de adultos una vez terminado el verano.
Los rayos de sol atravesarón el cristal azul para mostrar a la joven su secreto. Y como la persona que revela a otra sus más profundas intimidades, la botella perfiló una forma en su interior.
El corazón de Marina empezó a latir con fuerza y la emoción invadió sus venas.
Buscó un sitio en la arena para sentarse y quitó el corcho que protegía el interior del agua del mar y, con sus finos dedos, sacó un trozo de papel enrollado y arrugado, oscurecido por el paso del tiempo.
Con delicadeza lo desenrolló sin creerse que el sueño de su infancia se podía estar cumpliendo. Parecía una carta.
Aunque la impaciencia que sentía Marina en aquel momento por conocer el contenido del papel era tan grande como profundo es el oceano que se abría a sus pies, la poca luz que emanaba el sol en aquel atardecer de agosto no era suficiente para descifrar una letra ininteligible, con palabras borradas por el paso de los años. Muy a su pesar, la joven guardo con cuidado el papel en su bolsillo y, llevando la botella en su mano derecha, se marchó a su casa sabiendo que, nada más llegar, se iría a su mesa de estudio donde podría entender con más facilidad todo lo que aquel papel envejecido tenía que contar.
Y cuando el sol ya se escondía para dar paso a su hermana la luna, Marina llegaba a su casa.
Abrió la puerta de un golpe y de igual modo la cerró. No quería perder más tiempo, pues aunque había corrido, nada había evitado los 10 mínutos que habían como mínimo entre su casa y la playa.
Fue directa a su estudió, quitó todos los trastos que tenía sobre la mesa, y los puso amontonados encima del puff color pistacho que tenía a su lado.
Enchufó el flexo y sacó sus gafas de lectura del primer cajón del mueble. Todo estaba listo, solo le faltaba lo más importante.

"La carta..." pensó. La chaqueta la había dejado caer en la entrada de la casa. Corriendo fue a por ella, y del bolsillo sacó aquel papel que le iba a hacer volverse loca con tantas prisas, nervios...nunca había sentido tantas emociones juntas.

Por fin lo tenía todo, aún así y ya que había esperado bastante, pasó por la cocina para calentarse un poco de leche y mezclarlo con el café de sobre que tanto le gustaba. Una vez con la taza de café en la mano, se metió en el estudio con la intención de no salir de allí hasta descifrar el contenido de la carta o lo que fuese aquello que había escrito en el papel.

"Qué historia más surrealista" pensó de nuevo, pues, desde que había salido de la playa se lo había repetido tantas veces a si misma que no las podría contar con los dedos de las manos.
"Vamos a ver..." -siguió pensando-"Tienes 29 años, estás soltera, vives en un apartamento de 50 metros cuadrados y eres profesora, ¿qué haces a estas alturas de la vida...? pero bueno, jugaremos un rato" - se dijo por fin.

Así que se sento en su sillón y con la luz del flexo empezó a descifrar lo que allí había escrito. Se metió de lleno en el tema. Llamaron varias veces al teléfono, pasaron varios trenes por las vias de metro que había debajo de su casa...nada sacó a Marina de su tarea.

Una hora más tarde, tenía media carta descifrada por así decirlo y, aunque había jurado que no saldría de aquella habitación hasta que pudiera entender la totalidad del contenido de aquel borrón, pensó que le vendría bien una parada para picar algo pues, la hora de la cena ya había pasado.
Tres minutos más tarde se encontraba de nuevo en el estudio, con un sandwich de pavo en una mano, y en la otra, el papel.
Pasada la media noche, la profesora de arte dejaba las gafas de lectura sobre la mesa, lo había conseguido. Para ella había sido un logro personal.
Se frotó los ojos, orgullosa y volvió a ponerse las gafas para poder leer, está vez de una pasada, toda la carta.