
- Cierra la puerta y pasa.
María entró en aquella casa en la que hacía años que no ponía un pie. Allí vivía su madre, o lo que quedaba de ella, una sombra etérea de lo que había sido la gran duquesa de Lorny. El gran salón estaba iluminado por unos viejos candelabros de oro sucio y sobre la mesa brillaban por su ausencia las suntuosas comidas que solía ofrecer su madre a sus invitados por aquellas fechas. Ahora tan solo había un plato con, si no se equivocaba, una especie de coliflor hervida y unas judías que podían contarse desde la distancia. Se notaba que el servicio había abandonado a su Señora y que ya nadie cocinaba ni limpiaba, pues el polvo se amontonaba sobre los muebles como las hojas en otoño lo hacían en los parques de la ciudad.Emilia de Lorny la esperaba al fondo de la sala, sentada en una vieja mecedora y ataviada con una bata de seda desgastada. Tenía el cabello recogido en un pequeño moño y su rostro, siempre maquillado, mostraba ahora todos los signos de la vejez. Sus ojos cansados se alzaron hacia su hija y empezó:
- Gracias por venir. Tengo algo que darte.
- Date prisa, no tengo todo el tiempo del mundo, como tú.
- No seas impaciente y siéntate.
- Ya te he dicho que no tengo tiempo. Además, hace tiempo que no se de ti, ¿qué quieres?
- Date prisa, no tengo todo el tiempo del mundo, como tú.
- No seas impaciente y siéntate.
- Ya te he dicho que no tengo tiempo. Además, hace tiempo que no se de ti, ¿qué quieres?
Emilia sacó de debajo de su asiento una caja de madera, a primera vista cerrada y recubierta de polvo al igual que toda la mansión. María creía haber visto aquella caja durante su niñez, presidiendo el salón sobre la repisa de la chimenea, sabía que había intentado abrirla sin resultado alguno hasta que con la llegada de la adolescencia, había desistido después de dejar de creer que contenía algo especial. Ahora parecía que su madre le daba un significado a aquel viejo recuerdo.
- ¿Qué es eso?- preguntó María.
- ¿No la recuerdas? Solías jugar con ella de pequeña- le recordó- inventando historias sobre lo qué podría guardar en su interior.
- No, no lo recuerdo- mintió.
- ¿No la recuerdas? Solías jugar con ella de pequeña- le recordó- inventando historias sobre lo qué podría guardar en su interior.
- No, no lo recuerdo- mintió.
Aunque hacía años que no se veían las caras, la Duquesa conocía perfectamente a su hija y sabía que mentía, al igual que sabía que jamás recibiría el perdón por su parte, un perdón que le había reclamado durante mucho tiempo durante el principio de su distanciamiento. Nunca le perdonaría que hubiese engañado a su padre, que lo hubiese abandonado para marcharse quién sabía dónde y había hecho que el patriarca de la familia muriese de un infarto cuando María tenía solamente quince años.
- Tengo que contarte algo, la verdad.
- No quiero saber nada- contestó María con brusquedad- Después de tanto tiempo, ¿pretendes que escuche la historia de tu fuga?
- Nunca me fugué-intentó defenderse Emilia- tuve que huir.
- ¿Huir de qué?-intentó averiguar la joven.
- No quiero saber nada- contestó María con brusquedad- Después de tanto tiempo, ¿pretendes que escuche la historia de tu fuga?
- Nunca me fugué-intentó defenderse Emilia- tuve que huir.
- ¿Huir de qué?-intentó averiguar la joven.
Nunca recibió respuesta a aquella pregunta. De repente, la cajá cayó de las manos de la Duquesa y seguidamente se desplomó en el suelo. María se quedó atónita, incapaz de creerse lo que estaba sucediendo ante sus ojos. Levantó la vista y vio la realidad: sobre el marco de la ventana se perfilaba una figura indescriptible. De formas finas y cabellos largos el cuerpo avanzó hacia ella. Aquel momento le pareció eterno. Aquella figura se plantó frente a ella y se le quedó mirando fijamente con aquellos grandes ojos verdes. María no era capaz de articular palabra, y le parecía imposible mover cualquier músculo de su cuerpo.
- ¿No me reconoces?- continuó la sombra.
La joven seguía sin poder decir nada.
- Soy yo, tu madre, o lo que queda de ella. Aquí tienes tu explicación.
La boca de María se abrió de par en par y fue entonces cuando la reconoció en aquella mirada pues, aquello era tan solo una sombra que ni siquiera se reflejaba en el espejo que había detrás de ellas.
- Esto era lo que quería contarte…
- No…no entiendo nada- balbuceó María.
- No hay nada que entender-explicó la duquesa- Nunca he sido una humana como tu padre, como todos los que han pasado por aquí durante tanto tiempo.
- Pero cómo…
- En esa caja se esconde lo que me ha mantenido durante tanto tiempo en este cuerpo mortal, ahora ese cuerpo se ha quedado viejo y debo buscar otro.
- Y, ¿para qué me necesitas?
- No…no entiendo nada- balbuceó María.
- No hay nada que entender-explicó la duquesa- Nunca he sido una humana como tu padre, como todos los que han pasado por aquí durante tanto tiempo.
- Pero cómo…
- En esa caja se esconde lo que me ha mantenido durante tanto tiempo en este cuerpo mortal, ahora ese cuerpo se ha quedado viejo y debo buscar otro.
- Y, ¿para qué me necesitas?
Ambas se quedaron mirando, y entonces María pareció comprender. Notó como su cuerpo se debilitaba, como sus ojos se cansaban y lo vio todo negro. No sintió como aquella sombre se introducía en su organismo, ni siquiera el dolor que producía el corazón al bombear de nuevo.
****
La mansión de los Lorny había permanecido cerrada desde el fallecimiento del Duque. Ahora, treinta años más tarde parecía que aquel caserón muerto volvía de nuevo a la vida. Se decía que la hija de los duques había conseguido hacerse con la riqueza familiar tras encontrar muerto el cuerpo de Emilia Lorny en el jardín de la casa. La heredera de los Lorny parecía querer recuperar todo lo que sus antepasados habían perdido. Nunca nadie supo explicar su reaparición, ni siquiera cómo había conseguido reformar lo que se encontraba en ruinas. Desde la balconada de la gran casa, un rostro joven pero sombrío observaba sus alrededores. Algo brillante pendía de su cuello.
La mansión de los Lorny había permanecido cerrada desde el fallecimiento del Duque. Ahora, treinta años más tarde parecía que aquel caserón muerto volvía de nuevo a la vida. Se decía que la hija de los duques había conseguido hacerse con la riqueza familiar tras encontrar muerto el cuerpo de Emilia Lorny en el jardín de la casa. La heredera de los Lorny parecía querer recuperar todo lo que sus antepasados habían perdido. Nunca nadie supo explicar su reaparición, ni siquiera cómo había conseguido reformar lo que se encontraba en ruinas. Desde la balconada de la gran casa, un rostro joven pero sombrío observaba sus alrededores. Algo brillante pendía de su cuello.