La presidenta de la comunidad tomó la palabra. Era una muchacha joven, de poca conversación y que solía solucionar las cosas rapidamente, sin muchas tonterias:
- Vamos a ver...-empezó- Por favor, silencio...
Todos hablaban sin parar y de nuevo la presidenta:
- ¡¡Silencio!!- chilló esta vez.
Callaron. Con seriedad volvieron sus rostros hacia donde ella estaba. Y de nuevo todos a la vez empezaron a pedirle explicaciones.
La joven se puso nerviosa, ella no tenía la culpa de nada y los vecinos siempre se las arreglaban para culparla de todo lo que sucedía en el edificio. Los miró a todos con una rabia mal disimulada y salió de allí, no lo aguantaba más. Hubiera cambiado aquel ático en el centro de Valencia sólo por el odio que le tenia a sus vecinos.
Todos los que allí se habían reunido se quedaron mirándola sorprendidos y empezaron a gritarle de nuevo, esta vez, exigiéndole saber a dónde iba.
Amanda se encerró en su casa aunque sabía que no iba a estar tranquila. Unos segundos más tarde aporreaban su puerta y llamaban al timbre.
Ella sabía que era su responsabilidad llamar al técnico electricista que tenían asegurado las 24 horas del día, sabía que, si ella no hacía nada, no sólo aquellos que estaban apunto de echar la puerta abajo iban a estar sin luz, ella también, pues los plomos que se había quemado eran los generales para toda la comunidad. No le importaba. Mientras aquellos seguían gritando desde el rellano, ella se fue a su habitación, se puso los cascos y se fumó la marihuana que su amigo Óscar le había vendido aquella mañana. Minutos más tarde roncaba sobre su cama.

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