
La joven se sentó en en uno de los muchísimos bancos del Retiro después de haber patinado durante un largo rato. Estaba cansada, pero no lo suficiente como para marcharse a casa.
Cada tarde y desde hacía casi tres años, salía a patinar por el corazón verde de Madrid, era un espacio grande en el que Sandra aprovechaba para dejar libres sus pensamientos y disfrutar de un aire renovador.
Era una joven muy especial. Le gustaba sentirse especial, como a todos nos gusta sentirnos en alguna ocasión, pero ella lo era realmente, lo era porque así lo creía y cuando nos sentimos seguros de lo que hacemos y de lo que somos, tenemos un gran poder en nuestras manos.
Era una joven muy especial. Le gustaba sentirse especial, como a todos nos gusta sentirnos en alguna ocasión, pero ella lo era realmente, lo era porque así lo creía y cuando nos sentimos seguros de lo que hacemos y de lo que somos, tenemos un gran poder en nuestras manos.
Después de ver pasar a gente de toda clase y observarlos con minuciosa precisión, se levantó y reanudó su marcha, derecha hacia su casa.
Pero de repente algo sucedió. Fue todo muy rápido y cuando quiso reaccionar se encontraba tirada en el suelo.
“Qué daño…” pensó la joven “seré patosa…”
Absorta en sus lamentaciones, no se dio cuenta de que desde arriba alguien le preguntaba si estaba bien, hasta que éste repitió la pregunta con más fuerza y, ruborizada, Sandra miró al chico que le sonreía. Intentó levantarse, aunque se tambaleó y volvió a caer al suelo. El joven rió de nuevo y le tendió la mano, ella avergonzada accedió y se puso de pie.
- ¿Estás bien?- preguntó el chico.
- Si, gracias – sonrió ella.
- Es que te he visto caer y…- soltó una carcajada- lo siento. Es que te he visto caer y digo “Ostras! Se habrá hecho daño”
Sandra tenía unos pequeños rasguños en las rodillas y se había roto un poco aquella preciosa falda de hilo color hueso, además de llenársela de tierra, pero realmente, nada grave. Sonrió de nuevo.
- Me llamo Oscar.
- Soy Sandra, muchas gracias.
Y le plantó dos besos. En esta ocasión fue él el que se ruborizó de arriba abajo, haciendo que sus mejillas se asimilaran casi por completo a dos tomates. Oscar era un chico alto, de piel morena y cabellos oscuros, vivía cerca del Retiro y solía pasar allí las tardes paseando, leyendo o simplemente viendo a la gente pasar y en aquella ocasión, sus ojos habían recaído sobre Sandra, la chica patosa que había tropezado sobre sus pies y había caído de bruces a pocos metros de él.
Los dos se quedaron mirando un momento, pero gacharon rápidamente sus cabezas y rieron a la vez.
Oscar se puso en pie y ella le miró a contraluz:
- Te invito a un helado – y le tendió amablemente su mano.
Detrás de ellos, un mimo que había estado todo el rato imitándoles sin que ellos se dieran ni cuenta, silbaba de alegría. Ellos se percataron se su presencia y lo miraron divertidos.
Pero de repente algo sucedió. Fue todo muy rápido y cuando quiso reaccionar se encontraba tirada en el suelo.
“Qué daño…” pensó la joven “seré patosa…”
Absorta en sus lamentaciones, no se dio cuenta de que desde arriba alguien le preguntaba si estaba bien, hasta que éste repitió la pregunta con más fuerza y, ruborizada, Sandra miró al chico que le sonreía. Intentó levantarse, aunque se tambaleó y volvió a caer al suelo. El joven rió de nuevo y le tendió la mano, ella avergonzada accedió y se puso de pie.
- ¿Estás bien?- preguntó el chico.
- Si, gracias – sonrió ella.
- Es que te he visto caer y…- soltó una carcajada- lo siento. Es que te he visto caer y digo “Ostras! Se habrá hecho daño”
Sandra tenía unos pequeños rasguños en las rodillas y se había roto un poco aquella preciosa falda de hilo color hueso, además de llenársela de tierra, pero realmente, nada grave. Sonrió de nuevo.
- Me llamo Oscar.
- Soy Sandra, muchas gracias.
Y le plantó dos besos. En esta ocasión fue él el que se ruborizó de arriba abajo, haciendo que sus mejillas se asimilaran casi por completo a dos tomates. Oscar era un chico alto, de piel morena y cabellos oscuros, vivía cerca del Retiro y solía pasar allí las tardes paseando, leyendo o simplemente viendo a la gente pasar y en aquella ocasión, sus ojos habían recaído sobre Sandra, la chica patosa que había tropezado sobre sus pies y había caído de bruces a pocos metros de él.
Los dos se quedaron mirando un momento, pero gacharon rápidamente sus cabezas y rieron a la vez.
Oscar se puso en pie y ella le miró a contraluz:
- Te invito a un helado – y le tendió amablemente su mano.
Detrás de ellos, un mimo que había estado todo el rato imitándoles sin que ellos se dieran ni cuenta, silbaba de alegría. Ellos se percataron se su presencia y lo miraron divertidos.
* Imagen: "Sandra Space" Autor: Alex (Nosval)
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